Vencidos

>> miércoles, 13 de mayo de 2009

Esta corbata que me he puesto empieza a rascarme el cuello. No pensaba que fuese a picar tanto. Qué calor. Las sienes me palpitan. Creo que se me van a salir los ojos de las órbitas. No me tiemblan las piernas por lo hecho sino por lo que queda por hacer, por el camino emprendido.

Hacia tiempo que en su mirada había desaparecido el amor. Mucho tiempo. Fue sustituida por un transfondo de temor y sumisión. Los roces, la complicidad, la intuición de aquello que me gustaba. Todo desapareció al poco tiempo. Yo me esforzaba por no buscarle los fallos. Pero no había manera. Lo hacia sólo por molestarme. Por mucho que la gritaba. Por mucho que le decía lo que debía hacer, no había manera. Se esforzaba en lo contrario. Opté por no comer en casa para no tener que probar la bazofia que me preparaba. Así no me vería obligado a tirarle el plato a la cara. No me gustaba que me obligase a ser así. Pronto llegó la bebida. Creía que con una copa de más me daría menos cuenta de lo que había hecho con mi casa. Me preguntaba a qué se dedicaba todo el día. No era ni capaz de tenerlo limpio. De ordenar las cosas que había por el suelo. De borrar las manchas de la pared.

Dejaba todas las huellas.

Sólo para molestarme.

Sólo para recordarme que ayer tampoco se había portado bien.

Los silencios… cada vez más insoportables.

Ojala no hubiese lanzado aquel cenicero contra el televisor. Ojala no hubiese fallado.

Últimamente se había vuelto más rara. Después de salir del hospital me propuse cambiar. Ya que ella no podía, era incapaz por mucho que me esforzaba. Así que tendría que hacerlo yo. Casi se mata por no hacer lo que debía. Yo aún la seguía queriendo a pesar de lo poco que se esforzaba. No podía prescindir de ella. No me había dado ningún hijo y quería que mis padres jugasen con un nieto. Ya que vivía de mi dinero que al menos criase a mi hijo. Al que me heredaría. Sin embargo no podía hacer nada bien. Cada noche la llevaba a la cama para concebirla pero sus lágrimas debían ser más fuertes que mis ganas. Por mucho que le gritaba que no llorase mientras la follaba, ella no dejaba de hacerlo. Lástima de almohada.

Su mirada ya no era igual. Aquellas horas en coma la habían cambiado para siempre. En su mirada ya no se veía el temor y la sumisión. De pronto había desaparecido. Sólo traslucía un aire de algo parecido a la valentía.

La libertad.

Empecé a temerla. No me lo explicó. Seguía siendo tan débil como siempre. Pero cada vez parecía importarle menos mis correcciones. Qué estúpida. Mis mejores años y ya ni ponía atención cuando le decía las cosas que debía hacer. Parecía que había dejado de importarle lo que pudiera hacerle. Seguía sin querer ir a comer a casa no por no verla, sino por el temor que tenía a que pudiera envenenarme con la comida. La cercanía a la muerte le había dado una extraña fortaleza. No temía lo que pudiera pasarle. Los silencios empezaron a asustarme. Temía que pudiera darme caza en medio de la noche. Empecé a vivir víctima de mis miedos. Encerrado en mis temores. Cada vez que llegaba a casa la buscaba. Quería sorprenderla en una renuncia. En su trampa.

Empezó a costarme conciliar el sueño.

No me costó demasiado que el médico me diese unas pastillas para dormir.

A ella no le gustaba que se las diera.

Su mirada seguía cambiando. Cada vez más ausente. Como en otra parte. Ya no había hueco para el temor. Era yo el que la temía a ella. Cada vez la golpeaba con más fuerza para hacer revivir aquella mujer, insignificante, atemorizada. Pero no había manera. Maldita sea. Me obligaba a estar cada vez más en guardia. No lo soportaba más.

No podían seguir así las cosas.

O ella, o yo.

La elección era sencilla.

Cuando llegué, a penas hace veinte minutos, estaba sentada en el salón. Con las maletas. Decía que se marchaba. Que había llamado a la policía por si me ponía violento. Qué estúpida. Corrí hasta ponerme a su altura y la golpeé como no había hecho nunca. Ya desde el suelo la cogí del pelo y arrastre hasta el baño. Fue la primera habitación que encontré. La tiré a la bañera. El rojo tiñó el blanco y los gritos volvieron. Intenté ahogarla con el cordón de la ducha pero en su empeño por sobrevivir abrió los grifos y me resbalé en el suelo mojado. Consiguió salir de la bañera mientras aturdido por el golpe intentaba levantarme. El mareo y el agua no me dejaban mucho margen a la maniobra. Cada vez se encontraba más lejos arrastrándose por el suelo. Cada vez se alejaba más de mi. No merecía que me abandonase. Me apoyé en el retrete. La cisterna se movía un poco. Dejó al descubierto un resquicio a mi supervivencia. Cogí la tapa de la cisterna y la levanté golpeándola en el aire para desenganchar el mecanismo. Con la pieza de mármol elevada sobre mi cabeza di grandes pasos en su dirección. La hundí en su cráneo una y otra vez mientras le gritaba lleno de rabia. Al segundo golpe sus piernas dejaron de moverse. Creo que fue cuando murió.

La corbata de cuerda que me había puesto hacia unos segundos me seguía molestando. En lo alto de la silla, mientras la policía y los vecinos golpeaban por última vez la puerta, la contemplaba, con la cabeza abierta, vencida por fin. Había conseguido borrarle esa mirada.

2 comentarios:

eva 15 de mayo de 2009, 11:21  

Qué relato tan incómodo de leer, Ottinger. Resulta realmente violento. Uf.

Harry Reddish 15 de mayo de 2009, 23:06  

Muy Bukowski, me encantó

Sobre este blog

“Desperté a su lado” es un blog dedicado a los relatos cortos. Sin ninguna pretensión artística y onírica. Escritos, sólo, para ser leídos. Que no es poco.

Participa

Aunque este tipo de iniciativas nunca suelen tener éxito, sería el primer blog que creamos en el que no os sugerimos la posibilidad de colaborar activamente enviando vuestras colaboraciones. De momento, lo sentimos, no tenemos correo electrónico priopio, pero estamos en ello.