Actuar con discreción

>> lunes, 1 de junio de 2009

Abre la maleta con cuidado. No sería la primera vez que la redecilla se ha soltado y se le cae todo por el suelo. La redecilla sigue en su sitio y, por lo visto, nada se ha roto. El frenazo del tren hizo caer la maleta nada más salir y se ha pasado lo que quedaba de trayecto angustiado, pensando qué se habría roto. Resistiendo el impulso de ir al baño con la maleta para abrirla y comprobar su estado. Pero sabe que esto habría sido raro, además de muy incómodo, la enorme maleta apenas entraría en el pequeño espacio de los servicios del tren, y no quiere llamar la atención.

En el andén, más o menos escondido detrás de la cabina telefónica, ha comprobado que todo sigue intacto, ha vuelto a cerrar las correas y se pone en camino. Trata de andar sin llamar la atención, ni demasiado rápido ni demasiado lento. Discreción y corrección. Buenos días y por favor. Tocarse ligeramente el sombrero como despedida, y dejar, incluso en las más casuales de las conversaciones, una buena impresión, de esas tan correctas que en menos de diez minutos están olvidadas.

En un lugar discreto de una calle ancha, mete la mano en el bolsillo interior de la americana de cuadros y saca un mapa, y lo desdobla mientras comprueba la hora en su reloj de bolsillo: faltan unos veinte minutos y el lugar no está lejos. Continúa su camino, como si paseara, y le duele darse cuenta de que es objeto de las miradas curiosas de los vecinos. Esto le pasa por aceptar trabajos en pueblos tan pequeños, donde por discreto que sea uno siempre llama la atención.

Frente a la puerta, comprueba que la dirección sea la correcta: número setenta y dos, tercer piso. Entra en el portal, empujando la puerta, y llama al ascensor. El portero lo mira distraídamente. Y él le da un poco la espalda, nada evidente, pero trata de no mirarle y de que el otro pierda interés. Resiste el impulso de abrir una vez más la maleta para comprobar el estado del material. Por fin se abren las puertas del ascensor, el portero aún le mira. No sabe definir si con cara de curiosidad o simplemente porque es la única persona que ha entrado en el edificio en todo el día, o si incluso lo mira sin apenas reparar en él.

Pulsa el botón del tercer piso, y al levantar la vista se encuentra a sí mismo en el espejo, lleva impecable el maquillaje. Y se dice: saldrá bien, ya verás. Es el cuarto aniversario en una semana y todos han salido estupendamente. No hay motivos para pensar que nada vaya a fallar. Se ajusta un poco la peluca y la nariz y sale del ascensor procurando no tropezar con los enormes zapatos, mientras oye apagado por la puerta aún cerrada este sonido inconfundible, agudo, inconstante, inevitable de niños chillando en una fiesta infantil.

(aquí había una foto de unos zapatos, pero Elena se quejó de que fastidiaba el cuento, de manera que la tuve que quitar)

5 comentarios:

Fernando Díaz | elsituacionista 1 de junio de 2009, 21:12  

naninonanorieeeeeeronaninonanoná

e. 3 de junio de 2009, 11:40  

oh, he vist la foto massa aviat :(

en castellà és servicios en plural? ja en són, de curiosos! jiji

aquesta buena impresión que en diez minutos ya está olvidada m'està fent pensar...

Harry Reddish 16 de junio de 2009, 7:37  

muy bueno, felicidades!!

brufus 21 de julio de 2009, 17:49  

m'ha agradat... però he trobat a faltar una foto!!!

Fernando Díaz | elsituacionista 21 de julio de 2009, 18:03  

¡Queremos zapatos!

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