El interrogatorio
>> viernes, 5 de junio de 2009
- Llego tarde.
- ¿Dónde llega tarde? – preguntó el policía con auténtico rigor inquisitivo.
- A mi muerte.
- Creí que sería algo importante.
- Sí. En realidad no lo es, pero lo vas dejando y al final, por unas cosas y por otras, no llegas y claro, digo yo que la muerte también tendrá unos horarios.
- Ya, y no quiere usted que se moleste. No sea que tome represalias.
- Imagínese.
- Yo, para estas cosas, tengo una agenda donde apunto mis citas. Un regalo de mi hija. Me regaló una agenda y un caballito de mar.
- ¿Un caballito de mar?
- Sí. Mi hija es rara. Es una visionaria.
- ¿Qué ve?
- La televisión. De momento sólo la analógica. Está cogiendo cupones de un periódico para comprar con un descodificador de TDT.
- ¿Cuántos cupones le falta?
- Unos doscientos. Pero no importa. La promoción acabó hace un año.
- Entiendo. Buen mérito el de su hija.
- Eso no es nada. Más mérito tuvo mi mujer, que la parió con nueve años.
- Su mujer tuvo a su hija con nueve años.
- No diga usted estupideces. ¿Cómo va a ser eso?
- Ah.
- Digo que mi mujer tuvo una niña de nueve años.
- Caray! Sí que es meritorio lo de su mujer. ¿Y qué dijo el médico?
- Me pidió que le pasara el azúcar.
- ¿De verdad?
- Sí. Estábamos desayunando y me pidió que le pasara el azúcar. A mi me molestó un poco. Pero soy de poco protestar.
- ¿Esperaba una opinión más profesional del médico?
- No. Es que verá usted, después de llevar viviendo con nosotros nueve años, digo yo que ya podía saber donde guardamos el azúcar. O habérselo pedido a mi hija. Total, a él ya le llamaba papá mucho antes que a mi. Ya tenían confianza.
- Yo por eso no tengo hijas. No vaya a ser que no me traigan el azúcar.
- Hace usted muy bien… ¿Dónde iba con tanta prisa?
- Ya se lo he dicho antes. Tengo una cita con la muerte.
- Cierto. Me lo ha dicho. Tiene alguna prueba que lo demuestre.
- Sí. Míreme bien.
- Le miro.
- ¿Y? ¿No lo nota?
- No. En absoluto. ¿Qué debo notar?
- El tono de mi piel.
- ¿Qué le pasa al tono de su piel?
- Que está en “La”.
- ¿Preferiría una octava superior?
- No creo que llegue tan alto.
- Inténtelo.
- De acuerdo – aspiró aire abriendo al máximo su diafragma y poniéndose de puntillas – No puedo – dijo desinflándose – Ya le dije que no podría.
- No lo ha intentado usted con ganas.
- Le aseguro que sí.
- Pues entonces cambie de tono. Quizás la muerte no lo note.
- Tiene muy buen oído.
- Eso dicen.
- Una vez dos hombres intentaron engañarla subiéndose el uno al otro.
- Y qué pasó.
- Que los descubrió. Figúrese, les pidió un si y ellos le dieron un no.
- Claro. Así es imposible.
- Lo peor vino después. Les castigó a vivir cinco años más.
- ¿Entonces le multo o no le multo?
- No sabría decirle. ¿Por qué me dio el alto?
- Me aburría. Verá. Tengo una jornada de ocho horas. Y a mi esto de ser policía me aburre. No me gusta. Yo en realidad quería ser domador de caballitos de mar.
- ¿Por eso le regaló su hija uno?
- No. Ella lo hizo porque es rara. Ya se lo dije antes.
- Pensé que…
- ¿Usted tiene por costumbre pensar?
- Sólo de diez y cuarto a once menos veinticinco.
- Mejor así. Si no me vería obligado a detenerle.
- ¿Por pensar?
- Sí. Tengo un sudoku en comisaría que no soy capaz de resolver. Puse a todos los presos del calabozo a pensar en la solución, pero uno de ellos, que debía ser medio tonto, se rindió y se metió en política. Menudo follón me montó su mujer.
- Pues le advierto que los sudokus son lo mío. Los resuelvo mientras hago el pino puente.
- A mi mientras me resuelva el C-5 como si hace tiempo para el té.
- Pues creo que es agua.
- No puede ser. Lo tengo como portaviones tocado.
- Pues siga usted con el C-6. Probablemente tenga colocado el barco en esa dirección.
- ¡Queda usted detenido por atentar contra la armada!
- ¡Vaya! Me viene muy mal una detención en este momento.
- A mi también. Tengo que recoger a mujer del museo.
- ¿Ha ido a visitar el museo?
- ¡Qué va! Se expone a sí misma como el eslabón perdido. Son unas cuantas amigas. Van allí, se sientan y hacen punto mientras mi mujer les cuentas chismes míos.
- ¿Tampoco tuvo suerte con su mujer?
- Ya puede imaginar que no mucha.
- En fin, no le entretengo más. No sea que su mujer pase a la colección permanente.
- Muchas gracias. Le agradezco la atención.
- Espero haber sido de entretenimiento.
- Mucho. Espero repetir mañana.
- Lo veo difícil. Recuerde… mi cita con la muerte.
- Claro. No había caído en ello. Pues me hace usted una faena muriéndose ahora.
- Ya. No crea que no lo siento.
- Para una vez que encuentro a alguien interesante…
- Gracias por la parte que me toca.
- En fin. Que usted lo lleve bien. No olvide abrigarse.
1 comentarios:
qué grande... mis más sinceras felicitaciones... me he tronchado de la risa!!!
Publicar un comentario